La intensa escalada de precios y del número de obras que ha experimentado el sector de la construcción en España durante los últimos años ha sido sólo la cara física o real de la burbuja inmobiliaria. Junto a ella, se ha producido simultáneamente un enorme crecimiento del crédito destinado a financiar todas estas nuevas operaciones; crédito que en su mayor medida procede del sistema bancario.
Existen sólo dos caminos para financiar una determinada inversión: los fondos propios y el endeudamiento. El primero consiste en que el propio inversor ahorre parte de los excedentes de sus rentas hasta que pueda sufragar el coste de la inversión, el segundo pasa por que el inversor pida prestado a otro individuo el capital que necesita para realizar la inversión. Tanto en un caso como el otro, por consiguiente, es necesario que haya un ahorro previo (ya sea propio o ajeno) para poder financiar la inversión.
Sin embargo, en el sistema monetario actual, basado en un dinero fiduciario de curso forzoso administrado por un banco central monopolístico, las entidades de crédito tienen un amplio margen para crear cantidades adicionales de crédito no respaldado por ahorro. Para ello tan sólo tienen que crear medios de pago presentes descontando activos cuyo valor actual recoge una perspectiva de flujos futuros de dinero.
En realidad se trata de una práctica deshonesta: esos fondos no deberían estar disponibles hasta que el activo proporcionara por sí mismo las proyectadas rentas futuras o hasta que un ahorrador prestara utilizando el valor del activo como colateral; en caso contrario, estamos proporcionando poder adquisitivo a quien todavía no lo ha producido, esto es, existe una necesaria descoordinación de planes en la economía.
El patrón oro servía como firme centinela ante estas fraudulentas veleidades. El banco central no podía descontar activos más allá de sus reservas de oro, es decir, más allá de su ahorro propio. Los procesos expansionistas eran rápidamente liquidados y las crisis, si bien drásticas, tenían una muy corta duración.
Con el dinero fiduciario, sin embargo, la expansión crediticia se realimenta en una especie de círculo vicioso de mucha mayor duración. Los nuevos fondos afluyen al mercado bien en forma de consumo o de ahorro. Si los fondos se consumen, los flujos de caja de ciertas industrias se incrementan, de modo el valor presente de sus activos aumenta. Si los fondos afluyen al ahorro (y a la inversión), como suele ser habitual, los tipos de interés se reducen, lo que tiene dos consecuencias: primero elevando el valor actual de los activos de la economía y segundo vuelve rentables proyectos de inversión que antes no lo eran, generando una burbuja inflacionaria en ciertos activos.
En cualquier caso, el valor de los activos tiende a incrementarse, lo que a su vez sirve para que el banco central insufle mayores cantidades de fondos, dado que sus descuentos se practican contra esos activos revalorizados.
En el sistema financiero actual, los bancos comerciales desempeñan un papel fundamental en la transmisión de todo este proceso ya que son ellos quienes, en buena medida, proporcionan el crédito a los inversores y, sobre todo, quienes tienen acceso al banco central para seguir descontando activos. Por consiguiente, cabe esperar que sean ellos quienes concentren buena parte de los activos afectados por la burbuja financiera y quienes más sufran las consecuencias del ulterior pinchazo.
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